miércoles, 15 de febrero de 2012

MÉXICO Y EL GIGANTE ASIÁTICO


     La inmensa mayoría de mexicanos anduvo alebrestado por el 14 de febrero, día del amor y la amistad. Y apuesto lo que sea que al menos un 99% ignora que en esta misma fecha se cumplen cuarenta años de que México estableciera relaciones diplomáticas con la República Popular China. En este lapso, China transitó de ser una economía secundaria a convertirse en la segunda potencia económica del orbe, sobrepasando a Japón. En tanto que sucedía este meteórico ascenso chino, la política exterior mexicana ha sufrido de una carestía de ideas para carear el nuevo plano geopolítico. No obstante, rememorar estos cuatro decenios debe aprovecharse como punto de partida en la discusión de alcances, oportunidades y limitaciones que el poderío chino acarrea a los intereses nacionales.

     Las relaciones en sus inicios estuvieron marcadas por la cooperación. El entonces presidente, Luis Echeverría, sin saberlo, le otorgó al país un bono diplomático que le perduraría por decenios. En aquel año, aun con la oposición de Richar Nixon, presidente estadounidense, Echeverría pronunció un emotivo discurso ante la Asamblea General de la ONU para solicitarle a Taiwán, que en ese tiempo representaba al pueblo chino en la ONU, le cediera su sitio a la República Popular China. La moción se aprobó y, México se haría acreedor de la gratitud china.

     Concretamente, en esos años, lo más destacable fue el programa de becas para estudiantes mexicanos en China y inversamente. Para los connacionales, las cátedras abarcaron desde mandarín hasta medicina tradicional china, mientras que los chinos recibieron instrucción en español, historia mexicana y literatura iberoamericana. Muchos de aquellos estudiantes chinos, conforman la actual camada de embajadores de China en Latinoamérica.

     De 1976 a 1990 los intercambios fueron en un sentido de cordialidad, aunque delimitados. La buena voluntad se manifestó mejor en el plano multilateral, China apoyó el esfuerzo mexicano, durante los ochenta, a pacificar los conflictos centroamericanos y mostró solidaridad en la crisis financiera mexicana.

     La culminación de la llamada Guerra Fría, concluyó también la retórica tercermundista, abriéndole paso a los intereses comerciales. Con la firma del Tratado de Libre Comercio, en 1994, los artículos manufacturados en China empezaron a inundar mercado mexicano y, eso dio pie a que el gobierno Salinista impusiera cuotas compensatorias de hasta mil por ciento para zapatos, vestimenta, etc. Desde entonces, el déficit comercial monopolizó el imaginario colectivo, pero la administración priísta conservó las discrepancias alejadas de lo político. Mas luego de la alternancia en el Ejecutivo, eso terminó.

     Apenas siete meses después de asumir el cargo, Vicente Fox viajó a China, donde dio muestras que su talla diplomática distaba mucho de la física. Veamos. Cuando los chinos colmados de orgullo le mostraron la rúbrica de Echeverría en el libro de visitantes distinguidos, Fox en vez de utilizar la diplomacia heredada, la arrojó por la borda arguyendo que, al igual que México, ellos también debían darle vuelta a la hoja y dejar atrás el priísmo. El gesto no fue bien recibido, al contrario, en la siguiente visita de alto rango, los chinos optaron como primera parada, la casa del ex mandatario Luis Echeverría, dejando en claro que ellos no olvidaban a sus amigos.

     Así comenzó una serie de infortunios en los intercambios que fue encumbrándose en paralelo al déficit comercial. Esto se vislumbró fácilmente con el hecho de que en el resto de los países latinoamericanos, la ascensión china era vista como una oportunidad en el ámbito económico, en tanto que México lo experimentaba en sentido amenazador y los políticos lo demostraban con su frustración en público.

     Para el año 2003, el país asiático ya había pasado a ser el segundo socio comercial de México; no obstante, el intercambio era ampliamente disímil. Un bienio antes, el comercio total era de 4 mil 309 mdd; cuatro después la cifra alcanzaba 20 mil mdd, de los cuales más de 17 mil mdd eran importaciones de producción china a México. La tendencia prosiguió en suma y para el 2010, según datos del INEGI, el país asiático exportaba a nuestro país 41 mil 695 mdd, mientras que sólo importaba 3 mil 655 mdd. Esa asimetría inicial, caló hondo en los nervios de la administración foxista, y se acusó al país chino de basar su modelo en la exclusión de mano de obra y de operar un régimen autoritario. Afortunadamente, Sergio Ley, embajador mexicano en tierras asiáticas hizo bien su trabajo y contuvo cualquier querella diplomática.

     Durante la ya saliente administración, las relaciones chino-mexicanas atravesaron su peor momento durante la crisis del brote de influenza AH1N1 de mayo de 2009. Sin embargo, el gobierno mexiquense y capitalino si fueron capaces de acercarse a China, si bien limitada, al menos tienen la intención clara de tomar a China como un actor fundamental en el mundo.

     El Gobierno del Distrito Federal, encabezado por Marcelo Ebrard, quien por cierto compartió aula con algunos chinos durante su estancia en tierras aztecas, a través de Tatiana Alcázar, quien funge como directora para Asia y África del Gobierno capitalino, impulsó el hermanamiento entre Beijing y la Ciudad de México, ahorrándole a ésta, un millón de dólares para conseguir que el gobierno chino prestara un panda gris para el zoológico.

     Por eso, ahora que se vienen tiempos electorales y gane quien gane la elección presidencial, es imprescindible que tome en cuenta que los años venideros serán trascendentales para reconstruir una relación desgastada innecesariamente y, sobre todo, para buscar fructificar la relación con el gigante asiático. Hay que atraer inversión, exportar alimentos al mercado chino y preparar a la siguiente generación de sinólogos mexicanos. Si no lo hacemos, créanlo, las cosas para nuestro país seguirán estando en chino.

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