La inmensa mayoría de mexicanos anduvo
alebrestado por el 14 de febrero, día del amor y la amistad. Y apuesto lo que
sea que al menos un 99% ignora que en esta misma fecha se cumplen cuarenta años
de que México estableciera relaciones diplomáticas con la República Popular
China. En este lapso, China transitó de ser una economía secundaria a
convertirse en la segunda potencia económica del orbe, sobrepasando a Japón. En
tanto que sucedía este meteórico ascenso chino, la política exterior mexicana
ha sufrido de una carestía de ideas para carear el nuevo plano geopolítico. No
obstante, rememorar estos cuatro decenios debe aprovecharse como punto de
partida en la discusión de alcances, oportunidades y limitaciones que el poderío
chino acarrea a los intereses nacionales.
Las relaciones en sus inicios estuvieron
marcadas por la cooperación. El entonces presidente, Luis Echeverría, sin
saberlo, le otorgó al país un bono diplomático que le perduraría por decenios.
En aquel año, aun con la oposición de Richar Nixon, presidente estadounidense,
Echeverría pronunció un emotivo discurso ante la Asamblea General
de la ONU para
solicitarle a Taiwán, que en ese tiempo representaba al pueblo chino en la ONU , le cediera su sitio a la República Popular
China. La moción se aprobó y, México se haría acreedor de la gratitud china.
Concretamente, en esos años, lo más
destacable fue el programa de becas para estudiantes mexicanos en China y
inversamente. Para los connacionales, las cátedras abarcaron desde mandarín
hasta medicina tradicional china, mientras que los chinos recibieron
instrucción en español, historia mexicana y literatura iberoamericana. Muchos
de aquellos estudiantes chinos, conforman la actual camada de embajadores de China
en Latinoamérica.
De 1976 a 1990 los intercambios fueron en un
sentido de cordialidad, aunque delimitados. La buena voluntad se manifestó
mejor en el plano multilateral, China apoyó el esfuerzo mexicano, durante los
ochenta, a pacificar los conflictos centroamericanos y mostró solidaridad en la
crisis financiera mexicana.
La culminación de la llamada Guerra Fría,
concluyó también la retórica tercermundista, abriéndole paso a los intereses
comerciales. Con la firma del Tratado de Libre Comercio, en 1994, los artículos
manufacturados en China empezaron a inundar mercado mexicano y, eso dio pie a
que el gobierno Salinista impusiera cuotas compensatorias de hasta mil por
ciento para zapatos, vestimenta, etc. Desde entonces, el déficit comercial monopolizó
el imaginario colectivo, pero la administración priísta conservó las
discrepancias alejadas de lo político. Mas luego de la alternancia en el
Ejecutivo, eso terminó.
Apenas siete meses después de asumir el
cargo, Vicente Fox viajó a China, donde dio muestras que su talla diplomática
distaba mucho de la física. Veamos. Cuando los chinos colmados de orgullo le
mostraron la rúbrica de Echeverría en el libro de visitantes distinguidos, Fox
en vez de utilizar la diplomacia heredada, la arrojó por la borda arguyendo
que, al igual que México, ellos también debían darle vuelta a la hoja y dejar
atrás el priísmo. El gesto no fue bien recibido, al contrario, en la siguiente
visita de alto rango, los chinos optaron como primera parada, la casa del ex
mandatario Luis Echeverría, dejando en claro que ellos no olvidaban a sus
amigos.
Así comenzó una serie de infortunios en
los intercambios que fue encumbrándose en paralelo al déficit comercial. Esto
se vislumbró fácilmente con el hecho de que en el resto de los países
latinoamericanos, la ascensión china era vista como una oportunidad en el
ámbito económico, en tanto que México lo experimentaba en sentido amenazador y
los políticos lo demostraban con su frustración en público.
Para el año 2003, el país asiático ya
había pasado a ser el segundo socio comercial de México; no obstante, el
intercambio era ampliamente disímil. Un bienio antes, el comercio total era de
4 mil 309 mdd; cuatro después la cifra alcanzaba 20 mil mdd, de los cuales más
de 17 mil mdd eran importaciones de producción china a México. La tendencia
prosiguió en suma y para el 2010, según datos del INEGI, el país asiático
exportaba a nuestro país 41 mil 695 mdd, mientras que sólo importaba 3 mil 655
mdd. Esa asimetría inicial, caló hondo en los nervios de la administración
foxista, y se acusó al país chino de basar su modelo en la exclusión de mano de
obra y de operar un régimen autoritario. Afortunadamente, Sergio Ley, embajador
mexicano en tierras asiáticas hizo bien su trabajo y contuvo cualquier querella
diplomática.
Durante la ya saliente administración, las
relaciones chino-mexicanas atravesaron su peor momento durante la crisis del
brote de influenza AH1N1 de mayo de 2009. Sin embargo, el gobierno mexiquense y
capitalino si fueron capaces de acercarse a China, si bien limitada, al menos
tienen la intención clara de tomar a China como un actor fundamental en el
mundo.
El Gobierno del Distrito Federal,
encabezado por Marcelo Ebrard, quien por cierto compartió aula con algunos
chinos durante su estancia en tierras aztecas, a través de Tatiana Alcázar,
quien funge como directora para Asia y África del Gobierno capitalino, impulsó
el hermanamiento entre Beijing y la
Ciudad de México, ahorrándole a ésta, un millón de dólares para
conseguir que el gobierno chino prestara un panda gris para el zoológico.
Por eso, ahora que se vienen tiempos
electorales y gane quien gane la elección presidencial, es imprescindible que
tome en cuenta que los años venideros serán trascendentales para reconstruir
una relación desgastada innecesariamente y, sobre todo, para buscar fructificar
la relación con el gigante asiático. Hay que atraer inversión, exportar
alimentos al mercado chino y preparar a la siguiente generación de sinólogos
mexicanos. Si no lo hacemos, créanlo, las cosas para nuestro país seguirán
estando en chino.
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