miércoles, 7 de marzo de 2012

PORVENIR


     El futuro no es algo que se presente por sí mismo, sino es producto de decisiones cotidianas. El cúmulo de decisiones gubernamentales, así como la aglomeración de acciones emprendidas por los ciudadanos, le dan forma al futuro, al porvenir. Es en este sentido, si no nos gusta el ahora, es menester que pensemos en las acciones a tomar para que el futuro no sólo sea diferente, más bien mucho mejor.

     Luego, el futuro se construye. Siguiendo el pensamiento de San Agustín, el tiempo es presente en una tríada de facetas: 1) El presente como lo experimentamos; 2) El pasado como memoria presente; y 3) El futuro como expectativa presente. Lo que significa que nuestra perspectiva del tiempo y del futuro nos dice que el presente determina la visión futura y pasada. No obstante, la del pasado se explica en función de la memoria que poseamos (algo, que en un artículo anterior cuestioné de sobremanera). En el caso del futuro, lo fundamental es que nuestras acciones de hoy determinarán el mañana. Por ello, esta perspectiva debe animar la construcción de un porvenir mejor.

     Si asentimos lo dicho por San Agustín, entonces, concluiremos que el futuro no es más que lo que efectuemos hoy. Ese modo de vislumbrar el mundo es igual tanto si lo construimos a conciencia o si llanamente actuamos como hasta ahora lo hemos hecho. Es decir, la construcción parte de lo que hacemos y de lo que no: todo se acopia para dar forma a las tradiciones, políticas, organización económica, social y todo aquello que conforma al futuro. Reitero, el fututo se construye día a día. Adempero, si no hay una intención clara, un objetivo manifiesto, entonces, cualquier camino nos transportará al futuro, pues todos serían análogos.

     Cada una de las sociedades que han logrado transfigurarse y modernizarse, con sus características particularidades, lo alcanzaron porque lograron crear condiciones propicias para que el proceso se llevara a cabo. Esto quiere decir que el éxito no se debe al cambio súbito, sino a que se hizo lo necesario para que acaeciera. Se trata pues de un proceso intencional que goza de amplia aceptación social. Crear ese sentido de dirección y organización entre sociedad y gobierno para alcanzar el objetivo es el reto fundamental de las parcialidades políticas.

     Entre la vorágine de la democracia y la descentralización que ha permeado en México a través de los últimos decenios, hemos perdido algo elemental: el rumbo al desarrollo que parecía haberse encontrado luego de un largo lapso de indefinición. Nada peor para el desarrollo de una nación que la ausencia de una ruta, pues eso deviene en la pérdida de una claridad sobre el futuro, se demuelen expectativas y, por si esto no bastara, emergen intereses privados, cuyos beneficios medran de la desazón del resto poblacional.

     La claridad en el rumbo parece haberse extraviado entre los setenta y los setenta, es decir, con el fin de la etapa denominada “El milagro mexicano”. Al principio se dio por problemas estructurales, luego, por lo que aún seguimos padeciendo hoy en día, el conflicto político. Las reformas durante los ochenta y noventa, incluyendo el TLCAN, fue un intento por redefinir el rumbo y ganar el apoyo de la sociedad. Infortunadamente, la crisis de 1995 echo por tierra el incipiente consenso y destapó la caja de Pandora. Ahora ni la democracia ni la alternancia en el poder han cambiado dicha realidad. El conflicto político llegó para quedarse y esto es la causa principal del estancamiento económico, pues es fuente de incertidumbre, la peor enemiga de la inversión.

     Por algunos años, México tuvo una economía que gozaba con gran ventaja competitiva dada su cercanía con los mercados más dinámicos, se logró un acceso de privilegio al mercado estadunidense, y el Tratado de Libre Comercio convertía a nuestro país en una atractiva plaza para la instauración de plantas industriales. Con todo, tales ventajas fueron erosionándose en la medida que no se incrementó la productividad económica interna y que otras economías si lo hicieran. México se durmió en sus laureles, y países como China y Brasil fueron desplazando al país en materia de exportaciones. México se rezagó en todos los órdenes, desde el educativo hasta el de infraestructura, pasando por lo fiscal y la eliminación de los obstáculos burocráticos.

     Actualmente el país está nuevamente ante un cambio de grandes proporciones en cuanto a las vinculaciones económicas y comerciales, lo que genera magnas oportunidades en el desarrollo económico mexicano, pero éstas no se dan por sí mismas. Desgraciadamente no parece que exista claridad en la visión ni la disposición en las fuerzas políticas para traer a la realidad aquellas oportunidades. Esto último es trascendental, pues la característica substancial en la edificación de un futuro anida en la continuidad de las políticas públicas. Y para muestra fehaciente de esto último, refirámonos a Brasil, que como en todo sistema democrático ha cambiado de gobierno empero la estrategia de desarrollo se mantiene, convirtiéndose invariablemente en un acicate para la inversión. Dicho en otros términos, nuestro futuro necesita de un entendimiento que permita la continuidad.

     Los últimos decenios son testimonios fidedignos que México ha sido incapaz de articular una estrategia de desarrollo que le dé dirección al país, mas la incapacidad no está en la articulación he de aclarar, sino en cuanto al consenso político que permita su adopción. No se ha sido capaz de sostener un proceso transformador que modernice al país y al paralelamente cree los empleos y las oportunidades que la población demanda y que de acuerdo con un sentido de justicia merece.

     Es evidente que nuestro futuro requerirá de diversos cambios y reformas. Adempero el único modo en que puede alcanzarse un futuro en el sentido que San Agustín refería, es construyendo pactos políticos en torno a un futuro que todas las parcialidades políticas, así como la sociedad, estén dispuestas a suscribir. Como es claro, nuestro problema no es de reformas específicas, sino más bien de conflictos políticos que han permeado a la sociedad y que impide a ésta conferirle certeza a su deseo por salir del atolladero y comenzar a construir un porvenir distinto.

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