No dudo que todos en alguna ocasión nos
hemos preguntado ¿por qué las cosas en nuestro país vagan por la calle de la
amargura?, y ¿por qué las vicisitudes que nos aquejan no tienen visos de
solventarse?
No obstante, de vez en cuando las
respuestas se insinúan entre los hechos más normales, a pesar de que
concluyamos contundentemente que nada ha de cambiar dada la obviedad. Esto, ha
sido el problema. Si podemos vislumbrar soluciones dentro de la cotidianeidad,
luego, significa que es dable un cambio, desde luego, siempre y cuando sepamos
identificar nítidamente los puntos álgidos, las cuestiones apremiantes o
comportamientos pillastres y que de modo acuciante debemos erradicar, pues es
en donde se encuentra la piedra angular de nuestro fracaso como sociedad y como
Estado; y si alguien a esta altura se pregunta todavía a que refiero, les digo que
ni más ni menos que a la impunidad.
México no ha pasado de ser un país en vías
de desarrollo y eso se ve minimizado si no respetamos las normas que nos hemos
impuesto. Empero, la cosa es peor aún, cuando la contravención a las leyes no
significa nada para el protervo; pues cuando no existe sanción para quien
quebrante una norma, entonces, todo es malogrado por laxo e inconsistente.
¿Qué podemos esperar de un país el que
existen funcionarios como García Luna, quien no ha pisado jamás una prisión, a
pesar de que se le levantara el telón de su teatrito, en cuyo escenario sus
subordinados jugaban a ¡secuestrar secuestradores!, con el sólo afán de aparecer
en la televisión?
¿Qué esperamos si en nuestro país se
premia a personajes como Arturo Montiel con una senaduría de representación proporcional,
en lugar de ser investigado por su inexplicable enriquecimiento cuando gobernó
al Estado de México?
¿Qué se puede esperar cuando alguien como
Leobardo Urbina juega a ser el lobo que pastorea ovejas, siendo a la vez el “papá
pirata” de taxistas irregulares y miembro de la Comisión de Transporte en la
Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Y que, no conforme con ello, le
aflore la prepotencia, provocando un mega espectáculo con su irredenta
pedantería, con tal de impedir que su taxi pirata fuera arrastrado al corralón;
para que luego el partido al cual pertenece se haga de la vista gorda, dizque
porque será diputado federal, y en lugar de sancionarlo, inhabilitándolo y deje
de ser un mantenido de los impuestos de los ciudadanos, mientras escuda la
ilegalidad como todo un desvergonzado?
Los políticos nos dejan mínimas opciones,
entre ellas, una mentada de madre cuando el descaro es inverosímil en sus
actos; pues teniendo la oportunidad de promover el cambio, hacen justo lo
contrario. Por supuesto, y aunque nos duela y pese, somos el país de la
impunidad; aunque, por lo pronto, y gracias a quienes si cumplen con su deber,
en la Ciudad de México se cuenta con un taxi pirata menos, un borracho menos al
volante (esa va por el Delegado de la Magdalena Contreras). Y bien, cuántos de
ustedes aún se pregunta lo que nos podemos esperar en un país como el nuestro.
No sé ustedes, pero yo aún no me resigno y pienso que aún tenemos esperanza de
que podemos cambiar, ¿o no?
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